En escena, una figura inerte -entre planeta desolado y criatura informe-. María Ribot ‘La Ribot’, una de las artistas españolas más innovadoras en la creación coreográfica, y la coreógrafa francesa Mathilde Monnier aparecen enfundadas en trajes irisados. Repiten gestos y posturas al ritmo frenético de la música, se puede palpar la conversación inaudible que se da entre sus cuerpos mientras se turnan para dar forma a las palabras y recitar historias que convocan imágenes poderosas, presentándonos un mundo a través de sus fragmentos.
La pieza surge del encuentro de las coreógrafas y bailarinas La Ribot y Mathilde Monnier -que ya habían trabajado juntas en Gustavia (2008)- y la elección como cómplice del dramaturgo y director teatral Tiago Rodrigues, una de las grandes sensaciones del teatro luso. Juntos han tratado de encontrar el magnetismo entre los temas que les ocupaban de manera individual y han dado con la urgencia de convocar un mundo por venir.
Tiago Rodrigues afirmó en una entrevista con Pascaline Vallée que desea hacer un teatro que no imponga desde los primeros minutos de la obra unos códigos establecidos, una estética o una ética. A Rodrigues le gustaría proponerle al público firmar contratos construidos en conjunto, contratos estéticos y políticos más complejos según avanzan las escenas, con nuevas capas de lenguaje, de interpretación. Y sin duda se pueden trazar los gestos que se desprenden de estas palabras en Please Please Please.
La constelación que forma el trío se muestra a través de los escritos de Rodrigues encarnados por La Ribot y Monnier. Es un texto dirigido a una generación por venir que aparece como una manera de tomar posición en el presente, insinuando deseos y necesidades para un futuro posible. La narración, el cuerpo que se escenifica y la composición coreográfica se trabajan en una suerte de horizontalidad que moviliza la imaginación, articulando sensaciones, dolores y anhelos. Este mensaje a las generaciones futuras enviado a través del tiempo es capaz de condensar las intensidades en la danza así como en el texto, planteando la escena como un lugar donde la reflexión y la imaginación en torno a la memoria, la transmisión o la creación de nuevos códigos pueden expandirse y prosperar.