La Agencia Europea de Medicamentos es la encargada de evaluar las solicitudes para nuevos fármacos que pueden comercializarse en la Unión Europea y el año pasado dio una opinión favorable para 93 medicamentos, de los cuales las nuevas sustancias activas (moléculas) fueron 39, una cifra ligeramente inferior a las 42 y 46 de los dos años precedentes. De estas nuevas sustancias activas, sobre las que se depositan las mayores esperanzas por su carácter novedoso, 14, algo más del 30%, corresponden a terapias para combatir el temido cáncer. Las opiniones negativas respecto a las peticiones fueron solamente cuatro y 9 las retiradas voluntariamente por el laboratorio.
En la FDA, la institución homóloga de Estados Unidos, el Center for Drug Evaluation and Research aprobó el año pasado 45 nuevas sustancias activas, la cifra más alta de los últimos diez años, en los que la media ha sido de 28. El 36% de las nuevas moléculas aprobadas se consideran First-in-Class, las más innovadoras, que suelen utilizan mecanismos de actuación diferentes a las existentes. Por ejemplo, en las del año pasado se incluye ‘Ibrance’ para el cáncer de pecho. Otras nueve más de las 45 son contra el cáncer (algunas coincidentes con las autorizadas en la UE), cuatro de ellas para el tratamiento del de huesos, dos para pulmón, una para el colon y, por último, la española Yondelis, de Pharmamar, para ciertos tumores de tejidos blandos.
El caso de Yondelis, un medicamento que fue rechazado hace seis años por las mismas autoridades que el año pasado la han aprobado, y que ha sido descalificado por organizaciones independientes como la francesa Prescrire por su falta de resultados y peligrosos efectos secundarios, nos sirve para mostrar la victoria de los lobbies de las compañías farmacéuticas que consiguen autorizaciones y comercialización para productos de poca eficacia.
Ojalá los grandes esfuerzos económicos de las empresas farmacéuticas y de la comunidad científica en general consigan reducir sustancialmente el potencial mortífero del cáncer, pero desgraciadamente el elevadísimo coste de la mayoría de los fármacos nuevos está suponiendo un lastre para la sanidad pública y los bolsillos privados mientras que no se aprecian grandes avances respecto a los fármacos antiguos.
Nadie pone en duda que la innovación de la industria farmacéutica es fundamental para avanzar en la Salud Pública y una oportunidad para luchar contra las enfermedades. Un ejemplo rotundo es el de los medicamentos que consiguen curar la hepatitis C, carísimos (han elevado el gasto farmacéutico en casi 1.000 millones el año pasado en España), pero tremendamente eficaces.
Un año de vida de más cuesta ahora mucho más caro que antes para un enfermo de cáncer
Desgraciadamente no se puede decir lo mismo de los medicamentos contra el cáncer. Un estudio de investigadores de centros científicos de primera línea de Estados Unidos, publicado el pasado invierno, muestra la escandalosa subida de los precios de los fármacos contra el cáncer, a pesar de que su eficacia sea muy limitada, con muy cortos periodos de tiempo de esperanza de vida añadida.
El estudio ‘Pricing in the Market for Anticancer Drugs’, realizado por David H. Howard, Peter B. Bach, Ernst R. Berndt, and Rena M. Conti, expertos de salud pública y coste sanitario, analizó la evolución de precios y su eficacia en 58 medicamentos contra el cáncer autorizados por la FDA en Estados Unidos entre 1995 y 2013. El resultado mostró que los medicamentos más recientes no han aumentado significativamente la esperanza de vida respecto a los más angituos, que debían sustituir. Sin embargo en el nivel de precios los avances eran brutales, de más del 10% anual, de tal suerte que un año de vida de prolongación costaba 54.000 dólares a mediados de los años noventa, y diez años después conseguir ese año de supervivencia al cáncer costaba casi 140.000 dólares y el último ejercicio estudiado, 2013, la factura ascendía a 207.000 dólares (siempre en dólares constantes).
Las autoridades sanitarias no pueden aceptar por más tiempo la política comercial de las farmacéuticas a la hora de fijar precios para los medicamentos nuevos. El hecho de que el enfermo esté dispuesto a pagar lo que sea por prolongar su vida no puede servir para las arcas públicas. La política de salud pública tiene que velar por lo mejor para todos, intentando equilibrar los intereses de todos.
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