Los ciudadanos europeos son cada vez más conscientes de la importancia de la alimentación, compuesta hoy en día habitualmente de alimentos procesados, y no cocinados íntegramente en casa, en las comidas diarias de buena parte de la población en los países desarrollados. La obesidad rampante, con todo el coste médico y de salud que genera, ha alcanzado unos niveles insoportables, y los poderes públicos están obligados a actuar ya y dejar de ser prisioneros de los intereses de las empresas de alimentación, que siempre abogan por la autorregulación y buena voluntad.
Las asociaciones de consumidores, que ya a comienzos de esta década presionaron para que se estandarizasen los etiquetados en la alimentación, aunque el resultado ha sido fallido ya que está demostrado que la mayoría de los consumidores no los entienden por su complejidad técnica y cuantitativa, han vuelto a la carga. Se desconoce el efecto de los colorantes y conservantes y tampoco el gran público es capaz de discernir el efecto nutricional dañino de los porcentajes de glúcidos, lípidos y sal, entre otros.
La española Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), ha hecho grupo con la francesa UFC-Que Choisir, la belga Test Achat, la alemana VZBV, Consumentenbond (holandesa), EKPIZO (griega) y la polaca Konsumentow, y en buena medida todas ellas apoyadas por la federación europea de asociaciones de consumidores (BEUC), han lanzado la iniciativa ciudadana PRO Nutriscore, con la aspiración de conseguir el millón de firmas de apoyo y que la Comisión Europea legisle severamente y obligue a que se implante este etiquetado en todos los productos de alimentación vendidos en los países de la Unión Europea.
El Nutriscore es un etiquetado de vista inmediata, calificado de semáforo nutricional, que simplifica el equívoco actual de siglas y números. Este sistema clasifica los alimentos envasados en cinco colores que van desde el verde al rojo, y por el orden cromático el consumidor aprecia de un vistazo la bondad saludable del alimento envasado. El verde sería el más saludable y el rojo, el menos sano. Es un etiquetado que debe ser utilizado comparando productos de la misma familia para no car en el equívoco de que una Coca Cola sin azúcar se pueda considerar más sana que el aceite de oliva virgen.
Este sistema es de origen francés, y en Francia se ha adaptado de momento de forma voluntaria. En España, la ministra en funciones de Sanidad, María Luisa Carcedo, anunció a finales del año pasado que se implantaría en España de forma obligatoria, pero la normativa de información al consumidor debe ser armonizada en toda la UE, por lo que para hacerla obligatoria debe ser a través de una nueva directiva.
En Francia, desde que se introdujo de manera voluntaria en 2017, apenas se utiliza en aquellos alimentos con calidad nutricional no muy alta por tener añadidos como el azúcar, conservantes, etc. Así, sólo se encuentra en menos de un 5% de los cereales de desayuno, y en apenas el 3% de las galletas. No digamos en los refrescos, un sector en el punto de mira de los médicos, en donde lo utilizan menos del 2% de las marcas.
Las grandes multinacionales de alimentación, como Coca Cola, Nestlé, Unilever, Pepsico, etc, generadoras de obesidad y contaminación con prácticas de envasado y publicidad dañinas, llevan haciendo lobby de siempre en contra de este etiquetado. Algunas incluso han propuesto una etiqueta alternativa (el sistema Evolved Nutritional Label), que es un semáforo de 3 colores por nutriente basado en la ración prevista de consumo.